NutriScore es un sistema de etiquetado nutricional frontal cuyo origen se remonta al año 2005, cuando un equipo de investigación de la Universidad de Oxford, con el objetivo de proporcionar a los consumidores infantiles un método sencillo e intuitivo de valorar la calidad nutricional de los productos alimenticios, idearon una fórmula visual basada en una gama de cinco colores (verde oscuro, verde claro, amarillo, naranja y rojo), a imitación de un semáforo (se empezó a apodar como el semáforo nutricional), asociados a cinco letras (A, B, C, D, E); de manera que los productos en cuyo etiquetado destacase el verde oscuro con la letra A equivaldrían a productos de óptima calidad nutricional, frente al extremo opuesto de los etiquetados con el rojo de la letra E, que serían los de peor calidad. Tras ser validado por la Agencia de Normas Alimentarias del Reino Unido (Food Standards Agency, FSA), sucesivas asociaciones de consumidores y relacionadas con la salud fueron adhiriéndose al sistema hasta alcanzar el apoyo de la propia Organización Mundial de la Salud (OMS). En 2017, Francia adoptó el sistema para la incorporación voluntaria en los productos. España la siguió en el año 2020, estableciéndose, igualmente, con carácter voluntario para aquellas empresas que quisieran implantarlo en el envasado de sus productos, y a falta de que la normativa europea decidiera sobre su obligatoriedad, cuestión que ya está en trámite. Bélgica y Alemania han anunciado su intención de acogerse al sistema, mientras que otros como Portugal, Luxemburgo, Países Bajos, Suiza, Eslovenia y Austria lo debaten.
Para clasificar los productos, el sistema NutriScore cuantifica los niveles (por cada cien gramos o mililitros), por un lado, de frutas, verduras, leguminosos, proteínas, fibras y frutos secos, como componentes favorables; y, por otro, de calorías, grasas saturadas, azúcares y sodio, como desfavorables. El límite del sistema radica en que sólo es aplicable a productos procesados envasados, de modo que excluye: bebidas alcohólicas, café, té, infusiones de hierbas y frutas, productos frescos, alimentos que se venden en envases de menos de 25 cm2, productos no procesados que se componen de un ingrediente y alimentos suministrados directamente por el fabricante o por tiendas de minoristas en pequeñas cantidades.
Sin embargo, el principal problema del sistema NutriScore es que no deja de ser brutalmente matemático, razón por la cual no toma en consideración otros factores que le permitirían un saludable y equilibrado ejercicio de discriminación, beneficioso para el consumidor. Anomalía especialmente perjudicial para España, donde la dieta mediterránea, tan rica y variada, puede resultar amonestada en algunos de sus productos agroalimentarios.
El paradigma mayor relevancia en las últimas semanas ha sido el del aceite de oliva, que el sistema NutriScore adjudica el etiquetado naranja con la letra D, debido a su contenido graso, hurtando de su valoración las variables salubérrimas que lo integran. En este sentido, el Gobierno ya ha salvado al aceite de oliva de este sistema de etiquetado, al tiempo que, para el inminente momento de su imposición en la Unión Europea, ha iniciado conversaciones con el resto de socios, a fin de que, una vez aprobado, ninguno de los países inscritos al sistema exija a los productores de aceite españoles añadir el etiquetado en sus envases como requisito previo a la comercialización en su territorio. Misión en la que está colaborando la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN), presentando constantes evidencias al Comité Científico de NutriScore, probatorias de la necesaria mejora en la calificación del aceite.
Al cierre de este artículo, reclaman al Gobierno un trato idéntico para sus productos los sectores españoles del queso y del jamón ibérico, cuyos intereses se verían seriamente damnificados, sobre todo, ante las exportaciones, cuando el sistema NutriScore se consolide en el mercado internacional. Y es que la calidad de vida no siempre se puede cuantificar mediante un frío algoritmo.